La
división continental, como su propio nombre indica, es el proceso por el
cual se dividen los continentes. Hay dos tipos de modelos.
Modelo térmico:
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El proceso comienza con la formación de una corriente ascendente de
materiales calientes del
manto que alcanza la litosfera, la arquea, y origina un domo
térmico.
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La litosfera se adelgaza, se fractura y se produce un rift
continental,
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La separación de los bordes y la inyección de diques basálticos,
ocurre formando la litosfera oceánica.
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Se produce la extensión continental.
Modelo
tectónico:
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Se comienza con el estiramiento de la litosfera.
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Este provoca la formación de fracturas de tensión, el rift
continental.
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La descomposición favorece la fusión de materiales del manto a
medida que se separan los dos fragmentos continentales. Esto
permitirá la generación de litosfera oceánica.
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Se produce la extensión continental.
Ciclo de Wilson:
La
distribución de las placas y por tanto, de los continentes, ha cambiado
a lo largo del tiempo, ya que pueden fragmentarse y unirse unos con
otros. El Ciclo de Wilson, propuesto por Tuzo Wison, nos explica de
forma ordenada, el proceso de apertura y cierre de los océanos, y la
fragmentación y posterior unión de los continentes, que provoca la
formación de cordilleras, y resume todo lo que suecede en los bordes
constructivos y destructivos sobre la litosfera.
En el ciclo se pueden
distinguir las siguientes fases:
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El continente se fragmenta por acción de puntos calientes que
abomban y adelgazan la corteza
hasta
romperla, originándose un rift continental (como el Rift africano).
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En la
línea de
fragmentación se empieza a formar litosfera oceánica (borde
constructivo) que separa los fragmentos continentales. Si continúa
la separación el rift es invadido por el mar y se va transformando
en una dorsal oceánica. Los continentes quedan separados por una
pequeña cuenca oceánica (como el actual mar Rojo).
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El proceso continúa y los continentes se separan progresivamente.
Entre ellos aparece una cuenca
oceánica ancha, con una dorsal bien desarrollada (como el Océano
Atlántico actual).
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Cuando la cuenca oceánica alcanza cierto tamaño y es suficientemente
antigua, los bordes de contacto con los fragmentos continentales se
vuelven fríos y densos y comienzan a hundirse debajo de los
continentes y se genera un borde de destrucción. En esta zona se
origina una cadena montañosa que va bordeando al continente (orógeno
tipo andino, como la cordillera de los Andes). La corteza oceánica
se desplaza desde el borde constructivo al de destrucción como una
cinta transportadora, por lo que la cuenca oceánica deja de crecer
(como el Océano Pacífico).
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Dada la forma esférica de la Tierra, otros bordes constructivos
pueden empujar a los fragmentos continentales en sentido contrario,
con lo que la cuenca oceánica se va estrechando (como en el Mar
Mediterráneo).
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Finalmente al desaparecer la cuenca oceánica las dos masas
continentales chocas (obducción) y se origina un continente único
(supercontinente), y sobre la sutura que cierra el océano se forma
una cordillera (orógeno tipo himalayo, como la cordillera del
Himalaya).
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El desplazamiento de
las placas se realiza sobre una superficie esférica, por lo que los
continentes terminan por chocar y soldarse, formándose una gran masa
continental, un supercontinente (Pangea como lo llamó Wegener). Esto
ha ocurrido varias veces a lo
largo de la historia de la Tierra. El supercontinente impide
la liberación del calor interno, por lo que se fractura y comienza
un nuevo ciclo.
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Así pues, las masas
continentales permanecen y unen y fragmentan en cada ciclo, mientras
que las cuencas oceánicas se crean y destruyen.
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